La Festividad del Señor de la Buena Muerte de Chocán, actividad religiosa que se celebra cada 2 de febrero en el distrito de Querecotillo, provincia de Sullana, departamento de Piura fue declarada como Patrimonio Cultural de la Nación.
Redacción
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Según Resolución Viceministerial N° 089-2018-VMPCIC-MC publicada en el diario oficial El Peruano, se declara Patrimonio Cultural de la Nación a la Festividad del Señor de la Buena Muerte de Chocán, por ser una expresión cultural estrechamente vinculada a la actividad agrícola del Valle del Chira.
“La imagen del Señor de la Buena Muerte cumple un rol mediador de la prosperidad; por ser una celebración instituida en el Virreinato que congrega a la feligresía del norte peruano y que se sustenta en una rica tradición oral; lo que constituye la identidad local y fortalece la memoria colectiva” se lee en el documento.
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La declaratoria es firmada por Viceministro de Patrimonio Cultural e Industrias Culturales, Luis Felipe Villacorta Ostolaza.
Historia de la devoción al Señor de la Buena Muerte de Chocán refiere que la tradición nace, a orillas del río Chira en el sitio denominado Chocán, un indígena que era famoso y muy querido en el lugar, halló un pesado tronco de madera fina; él sintió curiosidad por el hallazgo y quiso saber qué clase de madero había descubierto, descargó el primer hachazo al tronco y cuán mayúscula fue su sorpresa al notar que brotaba un líquido rojo como la sangre.
Presumiendo que podría tratarse de un milagro, relató con alegría lo ocurrido a todos. En el acto se dieron cita en el lugar de los hechos y cargaron con el pesado madero a una covacha cercana, esperanzados en que algún día Dios pudiera enviar un escultor que tallara una imagen del Señor Crucificado. Dios escuchó los anhelos de los habitantes y poco después apareció providencialmente por casa del buen indígena, un forastero de profesión escultor.
A este, lo contrataron para que les haga la anhelada imagen, después de los arreglos convenientes, el desconocido escultor se encerró en una habitación y se puso manos a la obra, pero a condición de que se le deje trabajar con mucha tranquilidad y al margen de las miradas de los curiosos, prefería tomar sus alimentos que llevaba en su alforja. Como en el lugar la gente era muy obediente, nadie atrevió acercarse a curiosear, de modo que el forastero laboró tranquilamente.
Transcurrido el tiempo de entrega de la obra, los interesados se dirigieron a la habitación del escultor, pero al ingresar al cuarto, no hallaron al artista, sino una conmovedora imagen de un Cristo muriendo en la cruz. Su rostro era moreno, pero hermoso, lleno de dulzura y majestad y con toda una expresión poco común, parecía cosa del cielo.
La noticia de este hecho se divulgó rápidamente por toda la comarca y todos acudían sin cesar a conocer la imagen. La conocieron y amaron y luego como es natural lo extrajeron de allí momentáneamente e iniciaron la construcción de una capilla de barro y paja donde las buenas gentes empezaron a rendirle culto. Después de algunos años empezaron a celebrarle con pompa su festividad y la devoción al Cristo se acrecentó en los más apartados ámbitos del Perú colonial.