La Semana Santa es un claro ejemplo del sincretismo religioso, resultado de la convergencia entre las creencias católicas y las cosmovisiones indígenas, se entrelaza con la riqueza culinaria del país, dando lugar a una celebración única y llena de significado.
El sincretismo religioso se hace evidente en las diversas expresiones de fe que se observan durante la Semana Santa en Perú. Por un lado, encontramos las procesiones y rituales católicos, como la misa de Domingo de Ramos, el Vía Crucis y la Vigilia Pascual. Estas celebraciones conmemoran la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, y son seguidas con devoción por gran parte de la población peruana. Sin embargo, también es posible apreciar elementos de las creencias andinas y amazónicas, como la veneración a la Pachamama (Madre Tierra) y la incorporación de símbolos y ofrendas propias de estas culturas en los altares y festividades religiosas.
Pero la Semana Santa en Perú no solo se vive en las calles, sino también en la mesa. La gastronomía peruana, reconocida a nivel mundial por su variedad y sabor, adquiere un protagonismo especial durante esta celebración. Los platos tradicionales se adaptan a las restricciones religiosas, dando lugar a un menú que combina ingredientes locales con técnicas culinarias heredadas de la época colonial generando un verdadero festín de sabores y tradiciones.
En Piura, es tradición, consumir la malarrabia, cada viernes durante la cuaresma, es un plato a base de plátano y queso acompañado de arroz, frejol y sudado de pescado destacando la cabrilla, cabrillón o mero. Otro plato es el de los siete potajes que consiste en: El primero es fruta, que puede ser uva, manzana o mandarina; el segundo es queso, galletas y aceituna; el tercero es ají de gallina; el cuarto es sopa de ave; el quinto es arroz, estofado y sopa de novios; el sexto es horneado o copús y el último, son duraznos en almíbar.
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En Lambayeque, es infaltable la causa de escabeche de pescado; en La Libertad es tradición de domingo de ramos, la sopa teóloga, consistente en pepián de arroz y migado de pan acompañado de cabrito y pavo o gallina sancochada.
En Cusco, es costumbre, preparar doce platos, divididos en seis salados y seis dulces. Entre las sopas, se destacan la crema de choclo, el chupe de viernes que incluye ingredientes como arroz, machas, choros, huevera, leche, habas y queso, así como el chupe de lizas y la sopa de calabaza. Lo ideal es servir tres tipos diferentes de sopas. Para los platos principales, se acostumbra preparar uno a base de pescado, que puede ser un saltado de bacalao, atún o simplemente pescado frito. Además, se sirve el kapchi de habas con queso y un guiso de zapallo acompañado de tarwi o chocho, llullucha (alga verde azulada) y arroz. En cuanto a los postres, se elabora durazno y manzanas en almíbar, arroz con leche y mazamorra de chancaca, esta última hecha con harina, leche y chancaca. Por último, se suman a la lista diversos pastelillos como empanadas, condesas, suspiros, bizcochuelos, pan jurka o pan torta y el tradicional pan costra.
En Arequipa, cada día de la semana santa se asocia con un plato típico diferente. El lunes se disfruta del chanque, un tipo de molusco. El martes se sirve el chairo, una reconfortante sopa de verduras. El miércoles se prepara el caldo de chochoca, elaborado con maíz molido. El jueves llega el turno del chupe colorado o chuño, hecho a base de un tubérculo parecido a la papa. El viernes destaca el chupe, un plato que combina diversos pescados y mariscos. El sábado se saborea el puchero o timpusca, que lleva carne de ternera o cordero. Finalmente, el domingo se degusta el caldo blanco o chupe, preparado con gallina y res.
En la selva, tenemos el juane de pescado, el timbuche es uno de los platos más consumidos en Semana Santa y consiste en una sopa de pescado fresco que se acompaña con huevos batidos y sachaculantro servido dentro de una hoja de bijao que sirve como plato. Así, la gastronomía se convierte en una forma de expresar la identidad cultural y religiosa del país.
En conclusión, la Semana Santa es una oportunidad para fortalecer los lazos familiares y comunitarios a través de la comida. Las familias se reúnen para preparar y compartir los platos tradicionales, transmitiendo conocimientos y sabores de generación en generación. Las ferias gastronómicas y los mercados populares se llenan de vida, ofreciendo una amplia variedad de ingredientes y preparaciones típicas de la época. Estos espacios no solo satisfacen el paladar, sino que también fomentan la interacción social y la preservación de las tradiciones culinarias.
Dra. Shirley Rodríguez Chamorro
Docente Esc. Administración en Turismo y Hotelería
UCV Piura