El distrito de Catacaos, en Piura, se prepara una vez más para celebrar la Semana Santa, un evento marcado por la devoción y la fe que se vive intensamente desde el Viernes de Dolores hasta el Domingo de Resurrección. Uno de los momentos más emotivos es el Domingo de Ramos, día en que se conmemora la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, un episodio que ha sido inmortalizado en los cuatro evangelios.
En Catacaos, esta celebración tiene un protagonista muy especial: la «Burrita de Ramos». Según la tradición, en la época colonial, la efigie del Señor de Ramos era llevada en lomo de una burrita criolla proveniente del caserío La Legua, propiedad de don José de los Reyes Zapata. Esta costumbre ha perdurado hasta nuestros días, convirtiendo a la «Burrita de Ramos» en un símbolo de la Semana Santa en Catacaos.
Sin embargo, la historia de la «Burrita de Ramos» también ha estado marcada por adversidades. A lo largo de los años, la burrita original y sus descendientes han sido víctimas de robos y hasta de una inundación que en 2017 arrasó con todas las pertenencias del Señor de Ramos, incluyendo sus ropas y joyas.
Hoy en día, la «Burrita de Ramos» proviene de Monte Sullón. La familia Yarlequé-Sosa, descendientes de don Luis Paz Sosa, son los encargados de cuidar y preparar a la burrita blanca que cada Domingo de Ramos lleva al Señor por las calles de Catacaos. Este año, «María», como se llama la actual burrita, será la encargada de continuar con esta tradición.
Las hijas y nietas de don Luis, Marisol, Elena, Karina, Diana y Lisbeth Lupuche Paz, han asumido la responsabilidad de mantener viva esta tradición. A pesar de los desafíos, ellas están decididas a recuperar el esplendor de la Semana Santa de Catacaos. «Ella, ahora solo sirve al Señor, es muy dócil y nos ayuda mucho, el próximo año vamos a comprar otra burrita blanca, las ropas, mantas del Señor y de ella misma», comentan las hermanas.
Esta historia de resistencia y fe es un reflejo de la fortaleza de los habitantes de Catacaos, quienes a pesar de los problemas de violencia, corrupción y dejadez, mantienen viva su confianza en Dios y su compromiso con sus tradiciones.
Fuente: Correo