Las armas se callaron a las 11 a.m. del 11 de noviembre de 1918. Ese día, el mayor australiano Keith Officer estaba apostado en Le Cateau, al noreste de Francia.
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“Cerca había una ametralladora alemana que había dado a nuestras tropas bastante problema. Estuvo disparando hasta prácticamente las 11. Precisamente a las 11, un oficial (alemán) salió de su posición, se sacó el casco y saludó a las tropas británicas; luego formó a sus hombres al frente de la trinchera y se marcharon”.
Así, sin mayores ceremonias, vivió y reportó Officer el momento exacto en que comenzó a regir el armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial (PGM), una conflagración que duró cuatro años y dejó unos 10 millones de fallecidos. Se había dicho que sería la guerra que acabaría con todas las guerras. No fue así, en realidad fue la génesis de conflictos modernos.
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Según el excanciller e internacionalista Francisco Tudela, “el 90% de los problemas principales contemporáneos” tienen su origen en la Primera Guerra Mundial.
La también llamada Gran Guerra significó el fin de grandes imperios. En Europa, el II Reich germano cayó, al igual que su aliado, el Imperio austrohúngaro. Ello llevó a que se redibuje el mapa del Viejo Continente. Surgieron nuevos Estados, como Polonia o Checoslovaquia. También ocurrió la creación artificial de Yugoslavia. Croatas, eslovenos, bosnios y macedonios fueron puestos bajo dominio de Serbia -aliada de Reino Unido y Francia, los vencedores del conflicto-, lo que a la larga desencadenaría una cruenta guerra civil.
Otro gran imperio en desaparecer fue el ruso. La revolución bolchevique de 1917 encontró en la devastadora guerra una excusa de peso para derrocar al zarismo. Allí se gestó el auge del comunismo que llevaría a la bipolarización del mundo hasta 1991. “Sin la Primera Guerra Mundial nunca habría habido la Revolución rusa, hubiera continuado el proceso de reformas de constitucionalización que ya había emprendido el zar Nicolás I y la Duma (Asamblea legislativa) habría ido adquiriendo más poderes”, señala Tudela.
Para el excanciller, otra consecuencia de la PGM fue la militarización de la política. El fascismo italiano, el nazismo alemán o el estalinismo soviético son producto del conflicto. “Tanto los comunistas como los fascistas y los nazis salen uniformados de las trincheras y aplican los métodos crueles que habían aprendido en la guerra. Cambia la manera de hacer política, lo que dura hasta la caída de la URSS”.
Por otro lado, la militarización se vale del desarrollo bélico alcanzado entre 1914 y 1918. La guerra moderna empieza, de cierta manera, con la PGM. En el conflicto se usaron de forma masiva tanques, aviones y submarinos, cuyos potenciales bélicos alcanzarían un nuevo pico en la Segunda Guerra Mundial (otra consecuencia directa de la Gran Guerra). También se utilizaron armas químicas, cuyo empleo continúa hasta el día de hoy, a pesar de estar prohibidas (un ejemplo es su uso en la guerra de Siria).
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África y Asia
El fin de la PGM lleva a una suerte de repartición del mundo por parte de Reino Unido y Francia. Las potencias toman el control de las colonias alemanas en África. En Medio Oriente hacen lo mismo con los territorios del colapsado Imperio otomano, aliado de Berlín y Viena.
En 1916, Londres y París firman el acuerdo secreto Sykes-Picot, que llevó al establecimiento de nuevos países y delimitación de nuevas fronteras. “Siria y Líbano pasan a ser protectorados de Francia; Iraq, Jordania, Palestina de Inglaterra”, apunta Tudela.
El problema es la forma en que se definieron los límites. “Al crearse nuevas nacionalidades, distintos grupos humanos quedan atrapados en países con diferentes equilibrios. Algunos son precarios; en otros, unos grupos son más fuertes que otros, y naturalmente eso es muy complicado”, añade Tudela.
Iraq, por ejemplo, es un Estado inventado, conformado por grupos étnicos y religiosos distintos (chiíes, suníes y kurdos). Incluso el primer rey de Iraq, Faisal I, ni siquiera había nacido en territorio del actual país, sino en lo que hoy es Arabia Saudita. Accedió al trono de Bagdad por su apoyo en la Rebelión árabe (promovida por T. E. Lawrence o “Lawrence de Arabia”), que permitió vencer a los turcos otomanos. Evidentemente, la monarquía no duró mucho. El nieto de Faisal, Faisal II, fue asesinado tras un golpe de Estado en 1958, que preparó el terreno para la llegada al poder de Saddam Hussein en 1979.
El complejo escenario que dibuja el acuerdo Sykes-Picot sería, además, el caldo de cultivo para conflictos como la guerra civil libanesa (1975-1990) o, más recientemente, la guerra en Siria. En este último país, la clase dominante es alauita (el dictador Bashar al-Assad profesa esa fe, una rama del islam chií) y los rebeldes son en su mayoría musulmanes sunitas. Por otro lado están los kurdos. Este pueblo, decisivo en la derrota del Estado Islámico (EI), es quizás uno de los grandes perdedores del tratado de 1916, pues quedó dividido entre naciones musulmanas (Turquía, Irán, Iraq y Siria) y con poca posibilidad de independencia.
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El extremismo islámico también es en cierta medida producto del acuerdo entre franceses y británicos. En 2014, el EI publicó un video titulado “El fin de Sykes-Picot”. El grupo yihadista buscaba borrar “el llamado borde” entre Siria e Iraq y establecer un único califato wahabita (rama fundamentalista del sunismo) bajo su régimen de terror.
El conflicto árabe-israelí tiene, asimismo, raíces en la Primera Guerra Mundial. En 1917, los británicos, mediante la Declaración de Balfour, prometen a los sionistas un hogar judío en Palestina. El compromiso no se haría realidad hasta 1947, pero ya estaban sentadas las bases para uno de los problemas con menos visos de solución en el mundo contemporáneo.
Es cierto que las armas se apagaron esa mañana del 11 de noviembre de 1918, pero solo temporalmente. Hoy, los principales líderes mundiales se reúnen en París para conmemorar esa paz efímera. Es responsabilidad de ellos alcanzar una más duradera, pues la guerra siempre acecha.
“Una opinión personal es que en el mundo actual, con potencias influyentes como EE.UU., China y Rusia, los equilibrios de poder se parecen mucho al mundo inmediatamente anterior a la Primera Guerra. Entonces había grandes potencias que no tenían grandes diferencia de fondo, pero terminan yendo a la guerra el 14”, advierte Francisco Tudela.
Fuente: Correo